Frialdad, una palabra que constantemente catalogamos como algo negativo a la humanidad y bondad humana, pero podemos reflexionar en qué ser frío en estos días es algo tan normal como ser cristiano en el siglo 19 o ser un anticomunista a mediados del siglo 20. Podríamos preguntarnos el porque esa falta de empatía, porque esa ausencia de compromiso, porque el desinterés por el mundo o cuando dejó de interesarle a la sociedad la siguiente generación. En un mundo en el que se vive tan rápido y en búsqueda del placer barato, de ser amigable con el mundo entero, de padecer de una energía positiva sin opción a reclamos. La frialdad no enseña una vez más el hecho que la crueldad y crudeza de nuestra realidad humana va más allá de temas superficiales o conceptos abstractos que no aportan nada a nuestro origen. Nuestra frialdad nos demuestra que la vida no se detiene y no le interesa en lo más mínimo quien eres, quien serás o posiblemente quien fuiste. Como un huracán viaja de un lado a otro sin importarle que sucede en esta larga trayectoria humana que a veces olvidamos que es sólo finita.