Estábamos en Cabo y después de un largo cortejo en el antro. Mi esposa se ligó a un afroamericano y lo invitó a nuestro habitación.

Al llegar el chico me saludó de lejos, yo estaba en el sofá de la habitación y se fue directo con ella. Ella traía una bata de baño (porque se dio un duchazo en lo que el negrito llegaba) y abajo solo traía sus calzoncillos. El hombre, más bien, el hombrazo, le abrió la bata y comenzó a besarle los pechos, luego la recostó sobre la cama, le abrió por completo la bata y de un movimiento rápido le bajó los calzones. Acto seguido comenzó a comerla. Muy intensamente. Mi mujer deliraba de placer. Después de chuparle la panocha por un buen rato me pidió un condon. Yo se lo di. Se lo puso y luego la puso a ella en cuatro. Mi mujer paró bien las nalgas con su panocha lista para recibir su primer gran verga negra. Estaba tan mojada que se la comió toda completa sin gemido alguno. El la tomó de la cadera y comenzó a cogersela un poco más fuerte. Ella comenzó a dar unos gemidos queditos. Puso sus tetas en el colchón, su cabeza la puso de lado volteando a verme, mientras el negro se la metía como si fuera una máquina de sexo. Ella abría la boca, muy abierta llena de placer y lujuria.

Luego el se salió, la tomó nuevamente de la cadera pero esta vez para ponerla de espaldas sobre la cama, yo pensé que sería para metérsela de misionero, sin embargo optó por volverle a abrir las piernas y comerle completita su panocha empapada. Mi esposa no se lo esperaba, primero se sorprendió y como que lo quiso detener pero en cuanto sintió sus labios carnosos y su lengua chupándole la puchita no le quedó de otra que sucumbir, recostó la cabeza sobre la almuada, miró fijo al techo y con una mano le tomó la cabeza como para guiarle el ritmo de la lamida. Después de el tremendo chupadon el negro la volteó y la volvió a poner de perrito. Se la metió y esta vez fue mucho más fuerte. Mi mujer levantó la cabeza e hizo la cara como si le hubieran encajado una espada que le atravesaba el cuerpo. Ahora además de cogersela le estaba dando nalgadas constantes, una más fuerte que la otra pero sin lastimarla. Mi esposa ya había entrado en ese estado que le caracteriza cuando está muy caliente. La cama se empezó a llenar de agua emanada de su vagina. Luego la recostó de lado y se la siguió cogiendo, luego otra vez de perrito. Mi esposa para ese entonces ya era casi una monita inflable que se movía al ritmo de su amo.

Yo le conté tres orgasmos a mi mujer. Al final el se quitó el condon y se vino en sus tetas.

Luego se abrazaron, el le lanzó unos piropos mientras se vestía, tomó sus cosas y se fue.

Al acercarme a ella le pregunté cómo se sentía y ella contestó: “De maravilla, lo único que me preocupa es que me estoy malacostumbrando”