Fue en Las Vegas. Nos habíamos ido de fiesta y llegamos al cuarto algo tomados los dos. Ella se recostó y yo le dije que si ya dábamos por terminada la noche. Ella respondió con una frase clave: “No se, que más se te ocurre que podamos hacer”. Mi cabeza voló a los lugares más recónditos de mis deseos. ¡A final de cuentas estábamos en la ciudad del Pecado!. Ella es guapísima y buenísima. De las que entran a un lugar y todos obligadamente voltean a verla. De un tiempo a la fecha veníamos jugando con la idea de que ella tuviera libertad para coquetear con otros. Eso la prendía. Viéndola ahí recostada y sabiendo que le excitaba la idea de ser deseada por extraños; le propuse: “Que te parece si te mando pedir un chipandale?” A ella le sorprendió mi propuesta, después de pensárselo unos segundo, condicionó: “ok, pero que también me de masaje”. y dejó salir una sonrisa malevola.

Inmediatamente abrí mi iPad y me puse a buscar masajistas. Lo cual resultó complicado porque la mayoría de ellos dan servicio para otros hombres. Pero finalmente llegué a una página en donde había justo lo que estábamos buscando. Hombres fuertes y atractivos dispuestos a ir a tu hotel para darte todo tipo de masaje. Le acerqué la pantalla y le mostré las opciones. Elige le dije.

Su elección fue un chico con pinta de cubano. Lo contante por medio de la aplicación. El me preguntó que tipo de masaje quería para mi esposa. Yo le respondí: “Relajante, pero con la intención de que poco a poco vaya abriendo las piernas”.

A los 20 minutos ya estaba el chico en el lobby. ¡En las Vegas esos servicios son más rápidos que las pizzas!.

Baje por el. Y le dije a mi esposa. “Ponte cómoda, llego con tu chico en unos minutos…”

….continuara