Un día, mi amiga me convenció para ir a una fiesta que, según ella, “me iba a cambiar la vida”. Resulta que la fiesta estaba llena de gente mayor, había un bingo iluminado con neones y un DJ que no oía bien, por lo que siempre ponía la música muy alta, pero eso no detuvo a nadie.
De repente, vi a un hombre con un traje impecable, con un bastón que parecía más un accesorio de estilo que una necesidad. Caminaba con una elegancia que gritaba “experiencia” a kilómetros de distancia. Mi amiga, que ya se había tomado un par de copas de vino, me susurró: “Ese es Don A… Dicen que era un galán en su época, ¡y todavía le queda mucha chispa!”.
No sé si fueron las luces intermitentes o la música de los años 70 que sonaba de fondo, pero Don A… y terminé bailando un chachachá que nunca soñé hacer en mis mejores sueños. Se movía con tanta gracia que parecía que flotaba en el suelo. Mientras yo trataba de no pisarle los pies, él me miró con una sonrisa pícara y me dijo: “No te preocupes, niña, la práctica hace al maestro”.
Al cabo de unos minutos, con la confianza que sólo dan los años y la certeza de que las oportunidades no se desperdician, Don A me miró con coquetería y me dijo: “Aún tengo energía para más, ¿quieres saber cuántas?”. Yo, medio en broma, medio en serio, le respondí: “¡Claro, Don A…! Veamos de qué está hecha la experiencia”.
Lo que siguió fueron una serie de situaciones cómicas: entramos en la habitación equivocada de su casa, donde terminamos en la habitación llena de recuerdos de su juventud, nos topamos con su colección de discos de vinilo y, para colmo, su perro –un bulldog con cara de pocos amigos– nos miró como diciendo: “¿Otra vez? Ya no estás para este tipo de cosas”.
Pero lo mejor de todo fue que, entre risas y momentos surrealistas, descubrí que, efectivamente, la experiencia cuenta, ¡y cómo! A pesar de los años, Don A sabía exactamente cómo hacer sentir especial a una mujer, con un toque de galantería y esa calma que sólo llega con la edad. Era como si toda la sabiduría acumulada se concentrara en cada gesto y palabra.
Al final, mientras nos reíamos de lo que era un glorioso caos, me di cuenta de que había vivido la mejor experiencia que podría haber imaginado. No sólo por lo ocurrido, sino porque a veces la magia está en entregarse al momento sin expectativas, dejarse llevar por alguien que sabe disfrutar de la vida y, sobre todo, reírse de todo el proceso. Don A… no sólo me regaló una noche inolvidable, ¡me dio la clase magistral de cómo vivir con estilo y sin estrés!
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