Mi novio y yo, después de pensarlo mucho, decidimos que era el momento de tener nuestra primera vez. Los dos estábamos llenos de nervios y emoción. Yo había planeado todo hasta el último detalle: mis padres estarían fuera hasta tarde y el entorno era perfecto. O eso creía.
Mi novio llegó a casa con una bolsa llena de cosas porque pensó que podíamos hacer la experiencia más romántica: pétalos de rosa, una botella de jugo de manzana (porque aún no podíamos permitirnos el champán) y hasta un pequeño altavoz para poner música suave. Todo iba según lo previsto.
Nos instalamos en mi habitación, encendimos las velas aromáticas y nos miramos con ojos nerviosos. Ya era el momento. Pero justo cuando estaban a punto de dar ese gran paso, escuchamos un ruido extraño que venía de la cocina.
"Debe ser el gato", dije, aunque en realidad no tenían gato.
Decidimos ignorarlo y continuar con nuestro plan, pero el ruido se hizo más fuerte. Esta vez, sonaba como si alguien estuviera buscando algo en el armario. Ambos nos quedamos helados.
“¿Tu mamá no estaba afuera?”, preguntó mi novio, pálido.
“¡Sí! ¡Debe ser la vecina que busca azúcar!”, traté de justificarme.
Pero justo en ese momento, la puerta de mi habitación se abrió de golpe y allí estaba mi mamá, con un paquete de harina en la mano y la cara de quien hubiera encontrado un mapache en la cocina. Mi novio, en su intento de cubrirse, agarró lo primero que encontró, que resultó ser el parlante que seguía tocando música romántica.
“¡¿Qué estás haciendo?!”, gritó mi mamá, dejando caer la harina, que explotó como una nube en la habitación.
Yo, envuelta en una nube blanca, traté de decir algo, pero solo atiné a estornudar. Mi novio, cubierto de harina y todavía sosteniendo el parlante, solo pudo decir:
“¡Estábamos… cocinando!”
Mi mamá, tratando de no reírse, levantó una ceja y dijo:
“Bueno, todavía les falta mucho para hacer un buen pan”.
Los dos, ya cubiertos de harina y completamente avergonzados, no pudimos evitar reírnos de la absurda situación. Al final, mi mamá, aunque sorprendida, no pudo evitar estallar en carcajadas.
"Baja a la cocina cuando termines de 'cocinar'. Necesito ayuda con la cena", dijo mi mamá, saliendo de la habitación y dejándonos con un momento que, aunque no fue como lo imaginábamos, sería una anécdota de la que reírnos durante muchos años.
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