Con la respiración aún entrecortada todavía nos dimos unos buenos besos, hice un intento de pasar mi brazo por debajo de su cuello para que se abrazara a mí pero ella no parecía del todo convencida, pienso que se pudo haber sentido incómoda, quizá sentía que eso estaba fuera de lugar entre nosotros que sólo habíamos compartido un momento de pasión y no teníamos ninguna aspiración a algo más y enseguida bajé el brazo.

Luego no sé qué pasó, tocó gentilmente mi brazo, la verdad es que lo sentí algo natural y no forzado, y esta vez disimuladamente me pedía abrazarla como antes había intentado y moví el brazo para que ella se acomodara con su cabeza entre mi hombro y mi brazo, flexionó la pierna y la subió en mí, a la altura de la cadera y posó su mano sobre mi abdomen.

Alzó la cara y gimió:

- ¿No se te antoja una coquita? - A mí me había entrado como una modorra, además seguía inundado de dopamina y me sentía como en las nubes. Me insistió:

- Entonces, ¿quieres un poco de coca? - Yo seguía volando, ella repitió la pregunta, elevando un poco más la voz, y remeciendo un poco su mano sobre mi cuerpo. Yo volví a la realidad. Estábamos en el convivio, ella de pie junto a mí, mirándome de esa forma que me resulta tan estremecedora.

- ¿Un vasito de refresco?

- Sí, sí, perdón... estaba distraído.

- Pues, ¿en qué piensa oiga? Sí estaba "ido"... - dijo sonriente.

- Nada, nada... pero sí era algo muy bonito, jefa - Terminé por decir tomando el vaso que me ofrecía dándole las gracias. Luego se retiró buscando dónde sentarse y yo me quedé viendo su andar cadencioso que se me hizo ahora más inquietante.